Piedra negra sobre una piedra blanca, decía el grande, el vate, el César Vallejo nuestro, sobre la ciudad Luz, estación final de sus ansiados húmeros, testigos de su soledad, la lluvia y los caminos.

Luz que el pueblo necesita para salir de su oscuridad, de su marginación, de sus oprobiosos directores, de sus poderosos destinadores.

Cuántas veces no salen al campo la Verdad y la Justicia, dejando suaves páramos académicos para nutrirse de la realidad, para encharcarse de hechos y absorber la savia de sus profundas motivaciones.

No me cuenten cuentos, cuando estas hermanas iluminan campos y ciudades, sin regalar fantasias ni coger engaños, solo dando pasos firmes, allí donde el mal siembra esperando su temible cosecha.

Y las hijas del mal, que sobre sus faldas regaron falsía y rencor, sean devueltas en su mismo peso, su moneda justa en libre medida, con la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.